martes, septiembre 26, 2006

PRODUCTOS MILAGRO

El fraude del 2000

Jorge Arturo Piña Villafuerte


La Procuraduría Federal del Consumidor tiene una gran atención puesta, aunque no haga nada más, sobre los llamados productos milagro, anunciados por la televisión en infomerciales de media hora que pregonan sus efectos prodigiosos con mensajes repletos de argucias retóricas y aluden, con anzuelos psicológicos, a las pulsiones básicas de los potenciales consumidores.

En ellos, las necesidades fisiológicas, de seguridad, de posesividad y amor, de autoestima y autorrealización son explotadas engañosamente al ofrecer, por ejemplo, que el cuerpo de quienes consuman sus mercancías tendrá un cambio súbito, con un esfuerzo mínimo, que los hará alcanzar el estereotipo de belleza asumido como perfección de la imagen física por el imaginario colectivo; o ser, de la noche a la mañana, un individuo sexualmente deseable para todas las personas del sexo opuesto; o bien, facilitar asombrosamente una labor específica, entre otros beneficios portentosos. El resultado demostrado de la compra y uso de estas pretendidas maravillas deviene indefectiblemente en un fraude.

Quizá por falta de visión, en México no se ha expuesto el símil entre el proceso de venta de productos milagro y el fenómeno electoral del año 2000, en el que Vicente Fox, en un infomercial de tres años, ofreció, como producto milagro, el cambio.

Fox, el entonces candidato a la presidencia más fuerte de la oposición, merced a una larga, contagiosa y vistosa campaña, consiguió el voto de la mayoría de los electores. El sustento de la preferencia radicó en que los medios lo presentaron como un artículo lanzado directamente al gusto hedonista de los votantes; apelaba a los valores esenciales de los mexicanos: la simpleza, el desparpajo, la religión, la raigambre a la tierra, el nacionalismo populista, la picardía y hasta el albur. Su oferta política se englobó en una flamante propuesta: el cambio, hoy, ya, demandado con avidez por el país y resumido de forma escueta en unas pocas palabras repetidas hasta el hartazgo, con lo que reforzó su repercusión en el subconsciente del electorado.

Como sucede con los infomerciales, pensar que Fox creyó en sus propias promesas es pecar de ingenuidad. Un mexicano aspirante a la presidencia de la nación no puede desconocer la realidad social, con todas las posibilidades y obstáculos que le presentará. El ofrecimiento de resolver el problema de Chiapas en quince minutos fue infantil e irresponsable, derivado de una impulsividad no contenida.

Ahora es un hecho: el cambio no llegó. A pesar de algunos avances económicos, como el crecimiento, muy por debajo de las expectativas creadas alrededor de él, la reducción de la deuda externa y el control de la inflación, el resto de los problemas del país se desatendieron totalmente y sin motivo razonable. Las crisis en educación, salud, el campo, pobreza, subempleo, delincuencia organizada, emigración ilegal, corrupción, impunidad, piratería y un largo etcétera se mantienen como en las épocas más oscuras de los regímenes del Partido Revolucionario Institucional o se han agudizado, con la displicencia e, incluso algunas veces, la complicidad de nuestro presidente. Baste, por ahora, recordar el secuestro de la señal del canal 40 y considerar las previsibles e inevitables consecuencias que tendrá en la cultura popular a mediano y largo plazo.

La propaganda del Partido Acción Nacional en las elecciones intermedias de 2003 lo reconoció de forma velada a la vez que cínica, y sacó provecho de la situación cuando exhortó a la población a quitarle el freno al cambio. Así, aceptó que las condiciones sociales, económicas y políticas del país se encontraban como se habían recibido tres años antes. La composición de las cámaras legislativas no mostró un cambio sustancial después de aquellas elecciones y con esto el presidente Fox tuvo un pretexto ideal para justificar la continuidad de un proyecto político rechazado rotundamente por la población en el año 2000 a través del sufragio. A estas alturas, no hay analista político serio capaz de hacer valer una diferencia sustantiva entre las administraciones surgidas del PRI y del PAN.

Si hablamos de fraudes, sin matices, ésta es una variante. No se le puede llamar de otra manera. Por eso, es conveniente ver desde otros ángulos los procesos actuales, no aceptar a ciegas argumentos institucionales ni campañas en medios, pues un fraude puede subyacer camuflado. Hoy, analicemos la realidad y seamos menos crédulos.

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